En diferentes barrios de la ciudad los vecinos trabajan en mingas para dar mantenimiento a los espacios Algunos están sin limpieza. Foto: EL COMERCIO
Un espíritu de solidaridad y obra social motivó al grupo Bearded Villains a adoptar un espacio en el parque Bicentenario. Son 800 metros cuadrados los que cuidan desde finales de mayo de 2022.
Este grupo de 15 hombres residentes en la capital ecuatoriana se caracteriza por rendirle culto a la barba e intenta romper estereotipos. Como parte de sus actividades con la comunidad, decidieron unirse al proyecto que pone “en adopción” más de 2 400 hectáreas de espacios verdes.
De acuerdo con la coordinadora de este programa, Ana María Rosero, el objetivo principal de la Empresa Pública Metropolitana de Movilidad y Obras Públicas, (Epmmop) es optimizar los recursos de la ciudad.
Al tener a terceros haciéndose cargo de los espacios públicos, la empresa puede brindar atención a más lugares. Incluso habla de la posibilidad de construir nuevos espacios con esos rubros.
La Epmmop gastó USD 1,5 millones, entre enero y agosto, para mantener el cuidado de estas zonas. El proyecto se retomó a finales de 2019.
A la ciudad le cuesta alrededor de USD 4,3 millones cuidar los espacios verdes. Eso no incluye a los 15 parques metropolitanos.

Los padrinos
Dentro de los espacios apadrinados se puede colocar una mención de sus cuidadores, como una suerte de publicidad. Sin embargo, la coordinadora recalca que no se trata de explotación publicitaria, algo que está prohibido por la ley.
Las actividades que realizan los padrinos en sus terrenos adoptados son limpieza, corte de pequeñas ramas, diseño de espacios, siembra de especies endémicas, entre otras.
Para Esteban Enríquez, representante de los Bearded Villains de Ecuador, esta labor les ha permitido unirse como grupo e incluir en las actividades a sus respectivas familias.
Ellos, incluso, han coincidido con otros adoptantes que también llegan a cuidar el espacio que les han designado.
Hasta el momento, Quito cuenta con 44 padrinos que se hacen cargo de alrededor de 48 hectáreas de espacio público. La comunidad puede ser parte del programa y participar de manera individual o colectiva junto a su familia, barrio o grupo de amigos.
Rosero explica que el proceso es sencillo y requiere solo de un acercamiento entre la comunidad y la Empresa Metropolitana. Los convenios son firmados por periodos de entre uno y cuatro años, con la posibilidad de renovarse.
Los vecinos
Para Gloria Cáceres, moradora de San Isidro del Inca, es importante que la comunidad pueda apropiarse de los espacios a su alrededor. La mujer de 56 años acude al parque de la calle José Félix, dos o tres veces por semana, para caminar.
Esa área fue adoptada por el comité barrial del vecindario Reina de El Cisne. Son en total 361,23 metros cuadrados los que cuidan los moradores de este sector.
Sin embargo, el trabajo no lo realizan solos. La Epmmop brinda acompañamiento y asesoría en cada proyecto que el padrino quiere emprender. Además, las podas técnicas corren por cuenta de la Empresa.
Eso lo confirma Enríquez. Detalla que él y su grupo recibieron cerca de veinte árboles nativos para plantar en la zona detrás de la Cruz del Papa, en el parque Bicentenario. Ellos esperan hacer lo mismo con otras 50 plantas, antes de que culmine su año de convenio.
Los abandonados
Por otro lado están quienes denuncian no recibir mantenimiento en sus espacios públicos. Los vecinos de barrios periféricos cuentan que en sus parques y espacios verdes es usual encontrar la hierba crecida y los juegos infantiles deteriorados.
Leonardo Cuestas, presidente de la Cooperativa de Vivienda Jaime Roldós Aguilera (noroccidente de Quito), lamenta que estos proyectos no lleguen a su sector. “Aunque alguien podría apadrinar los espacios de esa zona, hoy se encuentran sin ningún mantenimiento”, asegura.
La cooperativa se divide en dos etapas e integra a unas 57 000 personas. Varias de sus calles son de tierra; en las vías asfaltadas, son evidentes a cada paso.
Hay alrededor de 25 parques en la zona. Algunos de los vecinos se reúnen para adecentarlos con mingas y recursos propios.
El dirigente reclama que no es suficiente, pues hacen faltan luminarias y mobiliario, que es responsabilidad municipal. “Estamos olvidados y, así mismo, la delincuencia campea”, añade.
En el otro extremo de la ciudad, en el barrio Caminos del Sur, el pequeño parque de la calle Joaquín Ruales evidencia el descuido. Tiene algunos juegos, pero el óxido ya brota de ellos y la mala hierba ocasiona tropiezos.
Además de la incomodidad para que los niños jueguen, los vecinos de Caminos del Sur denuncian que el área es ocupada para beber. Con ello llega la delincuencia y el consumo de sustancias que, a menudo, dejan su rastro en las áreas infantiles. Joaquín Piedra vive a unas casas del sitio. Aunque reconoce que el Municipio colocó juegos hace un par de años, se queja de la falta de mantenimiento. “Vienen solo cuando se acuerdan”, murmura el jubilado de 73 años.
‘Un impacto publicitario para los adoptantes’ Hernán Orbea, arquitecto urbanista
El proyecto tiene un impacto publicitario como beneficio para los adoptantes y la ciudadanía en general. La finalidad no es tan altruista como parece. Se trata de evidenciar que no hay presupuesto suficiente para mantener los espacios públicos. Esa sería la motivación para buscar ayuda de los particulares. El problema son los lugares más céntricos y populares. En cambio, los parques abandonados en las zonas periféricas no reciben esa atención porque no significan un escenario publicitario de mayor tránsito. Adoptamos los perritos bonitos, pero no a los feos y enfermos.
Al mismo tiempo que la estrategia podría quitar al Municipio su responsabilidad de mantener los espacios públicos. Con el ahorro de recursos, que suma en los primeros ocho meses de 2022 alrededor de USD 1,5 millones, se debe proponer la creación de un fondo de emergencias. La caja común no debería ser el destino final y el movimiento del dinero tendría que ser transparentado para los adoptantes y la ciudadanía en general. La importancia debe ser que el ciudadano común pueda donar más que dinero, su tiempo y conocimientos. El beneficio para la comunidad se verá reflejado en un espacio público en mejores condiciones. Estos lugares son muy concurridos por las familias y tienen que ser mejor atendidos.
‘Una lucha contra aspectos de inseguridad’ Andrés Cevallos, arquitecto urbanista.
Es importante entender que no todas las actividades de mantenimiento se pueden delegar a terceros. Aunque los cambios de diseño y trabajos menores no afectan al orden de la ciudad, es vital que cuenten con el acompañamiento técnico de los funcionarios. Por otro lado, hay que destacar la participación ciudadana y la apropiación de los espacios públicos. Los trabajos comunitarios pueden influir en el sentir de los vecinos de sectores aledaños.
Lo sustancial de las actividades vecinales es lograr que la gente se involucre entre sí y con los lugares. Soy del criterio de que mientras no se comprometa el tránsito peatonal, no hay problema en cambiar pequeños detalles estructurales. El manejo dinámico del proyecto permitiría que el Municipio no se deslinde de la responsabilidad de cuidar esos espacios. No puede ser un mecanismo permanente y eso hay que alertarlo. El apadrinamiento es el camino para mejorar la ciudad en diferentes aspectos. En ese sentido, el trabajo de la ciudadanía permite tener un sentido diferente (de los espacios públicos) a que estuvieran ahí gratis. Se tiene que alentar a que los lugares comunales sean de permanencia y no solo de paso. De esa manera también se estaría luchando contra la inseguridad ciudadana en esos espacios.